El Golem fue creado por el Maharal de Praga en el Siglo XVI, para defender el Barrio Judío. Cumplió cabalmente su misión, pero se volvió demasiado violento, y hubo que encerrarlo.
En su frente se leía la palabra "emet", o sea, "verdad". Cuenta la leyenda que el rabino borró la "e", quedando la palabra "met", que significa muerto, y que desde entonces yace, en animación suspendida, en el ático de la sinagoga, cuya escalera derruyeron parcialmente para que nadie pudiera subir. Teóricamente, ahí espera que la ciudad de Praga lo necesite.

Pero la leyenda es falsa. Harto de toda esa inactividad, el Golem se mudó a Caracas, donde vive como un cincuentón agridulce, y abrió un blog para compartir sus fotografías y criticarlo todo. Bienvenidos a ese blog.

miércoles, 29 de febrero de 2012

LA SIRENA, o ESPERANDO A LEYENDA

Nota preliminar: Sobre las sirenas se ha escrito sencillamente demasiado. De sobra sabemos que las sirenas originales no tenían el aspecto que hoy se les atribuye y que esos seres de torsos femeninos y cola de pescado llevaban otros nombres. En inglés se ha conservado el termino siren en su signifi­cado original, mientras que llama mermaids a lo que nosotros ahora acostumbramos lla­mar sirenas. También se han derramado to­neles de tinta queriendo buscar los orígenes de las sirenas en animales como el dugongo y el manatí, que si bien tienen alguna gracia (que no podía faltarles por ser miembros de la creación), al compararlos con las verda­deras sirenas se nos antojan más bien feos; en mi opi­nión, mucho. Hasta se ha cometido el dispa­rate estético de llamarlos sirénidos. La sien­to, pero no puedo creer que nadie, jamás, haya confundido a un manatí con una sirena. Al­gunos de los cronistas oceánicos de antaño eran sumamente bromistas, o ciegos. Pero, retomando el hilo, ya sobre esto se ha escrito demasiado. Por otro lado, seria una falta de respeto escribir un librito sobre le­yendas marinas y dejar de lado a las sirenas, de modo que he decidido incluir aquí este frag­mento, copia textual del relato de uno de los pocos (des)afortunados que han logrado ver a una sirena. El original fue encontrado hace diez años, fragante y desteñido, dentro de una bote­lla de ginebra Tanqueray en las cercanías del costero manicomio de Anare. Y dice así:

Una sirena

I.- ¿Vendrás a verme esta noche? Lo necesito. Sé que el peligro es grande, pero la noche es tibia y la luna está llena. A través del sendero de helechos, yo caminaré hacia el arroyo, guiándome por su canción; lo seguiré, resba­lando en las piedras verdes y húmedas, has­ta llegar al borde. Ya estando en él, sentiré la frescura del pozo, abajo, y siguiendo el ejemplo de la cascada a mi lado, me zambulliré y nadaré en la onda vítrea, más transparente que el aire. El mundo es verde y plateado, y fresco, y líquido; el mundo es el fondo de un río alumbrado por la luna llena.
 El río me acuna en sus aguas y me arrulla con su canto a través del cual se presiente el susurro del mar, todavía lejano, que me ha­bla de ti. ¿Cuándo vendrás? ¡Te necesito tan­to! ¿Será aquí, en la poza, o aparecerás aba­jo, en la arena de la playa que a esta hora parece polvo de plata? El río baja y también yo bajaré.Las palmeras proyectan una leve sombra a la luz de las estrellas y se mueven, sin un ruido, bajo la caricia del viento. El mar va desplegando un abanico de sobrenatural fos­forescencia. ¿Cómo te llamarás? ¿Será Selene, como la luna, o Mariah, como el viento? ¿O Amana, como la gigantesca ballena? Tal vez te llames Lluvia, o Amor, o Deseo; tal vez no tengas nombre. Yo te he visto con los ojos del corazón y de la imaginación mientras nada­bas desnuda en mi pensamiento; una visión fugaz de carnes flexibles como las aguas, de ojos profundos que han visto lugares remotos, de cabellos largos, semejantes a algas, adornada con pendientes de coral. Yo te he sentido en el olor de la noche, olor a sal, a antiguo, a madreperla. Sé que existes y que algún día vas a venir. Y tal vez ese día, Selene, Amana, Lluvia, Deseo, logre hacer lo que hoy intente: hablar al mundo de ti. Pero mientras tanto seguirás siendo, las más bella, la más amada, una de las leyendas del océano.
 II.- ¿Por qué no vienes ya? No resistiré tu au­sencia durante mucho tiempo. El mundo es hostil y sofocante; y yo añoro tus caricias fres­cas tanto como si alguna vez las hubiera dis­frutado. Aquí, junto al mar, siento tu presen­cia, todavía lejana, todavía misteriosa. Y tú me sientes, y sabes que te necesito. ¿Por qué no vienes ya? ¿Qué anciana deidad marina te retiene? ¿De qué oscuros calabozos has de escaparte para venir a cumplir tu promesa de sirena, nunca pronunciada pero honda y an­tigua como el mar?
Tal vez tenga que ir a buscarte en simas profundas y remotos acantilados. Por ti iré a los abismos insondables donde los hipocampos esperan inútilmente el regreso del Rey muerto; a los arrecifes donde mueren las olas gritando tu nombre y el viento da alari­dos para que nadie llegue a escucharlo; iré todavía más allá y nos encontraremos, quizás al final de un sendero de arenas, simple­mente, en silencio, sin sorpresas, (los dos sabíamos que tenia que suceder) y nos contem­plaremos, y yo te amaré.
Pero el camino es muy largo y el peligro muy negro. En las profundidades nocturnas exis­ten seres terribles, enormes peces milenarios de ojos crueles y diminutos que vedan, de noche, el paso a sus umbrales. Duermen año tras año, pues nadie se atreve a desafiarlos. Despertarlos equivale a despertar al miedo sin nombre y dormir con ellos el sueno de los si­glos, mientras sobre nuestros huesos desnudos nadan raudas barracudas y gigantescas mantarrayas.
¿Llegarás hoy? Durante el día un largo chu­basco tropical lavó la atmósfera y la noche se presenta radiante mientras las últimas gotas resbalan por las hojas de los árboles. El río corre, magnífico, y en su caudal duplicado nadan ahora misteriosas toninas que apare­cen por parejas con las primeras lluvias de mayo y desaparecen tan pronto volteamos para verlas mejor. Es una noche para duen­des y encantos fluviales, y todos los seres ocul­tos de las aguas abandonan sus recintos para adorar al cielo y las estrellas y a las nubes que lloran vida desde lo alto. Hoy aparecerán el silencioso manatí y la tornasolada anacon­da, la madre de las aguas. Hoy aparecerás tú también, y el río nos dará un lecho de guija­rros, y la luna nos dará una ventana de plata, y la lluvia nos tejera una estancia de lagri­mas.
III.- Hasta que llegaste. Un desasosiego en la atmósfera me anunció tu presencia segundos antes de que pudiera verte. El aire hormigueaba como en la mañana del primer amanecer. De repente te vi sentada en la otra ribera, vestida de rocío, más bella que nunca, más bella que en mi imaginación. Vi a tus manos pálidas y esbeltas apartar los cabellos de tu rostro, vi a tu boca esbozar una sonri­sa, y entonces tuve la extraña sensación de abrir los ojos sin recordar haberlos cerrado. Descubrí que estaba mirándote a los ojos y, arrasado en lágrimas al comprender la ver­dad, quise correr hacia ti, pero un gesto tuyo me lo impidió.
Y desapareciste. Sin que yo me atreviera a tenderte una mano, te disolviste lentamente en el líquido tras tus pupilas, como diciendo adiós, y me quede solo con el río, las piedras, los helechos, y el poeta en mi mente que de­cía: “Yo me quede mirando como el río se iba poniendo encinta de la estrella... “
(de Leyendas del Mar Océano, Editorial Índigo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario