El Golem fue creado por el Maharal de Praga en el Siglo XVI, para defender el Barrio Judío. Cumplió cabalmente su misión, pero se volvió demasiado violento, y hubo que encerrarlo.
En su frente se leía la palabra "emet", o sea, "verdad". Cuenta la leyenda que el rabino borró la "e", quedando la palabra "met", que significa muerto, y que desde entonces yace, en animación suspendida, en el ático de la sinagoga, cuya escalera derruyeron parcialmente para que nadie pudiera subir. Teóricamente, ahí espera que la ciudad de Praga lo necesite.

Pero la leyenda es falsa. Harto de toda esa inactividad, el Golem se mudó a Caracas, donde vive como un cincuentón agridulce, y abrió un blog para compartir sus fotografías y criticarlo todo. Bienvenidos a ese blog.

jueves, 12 de enero de 2017

La ley del más loco y el bravo pueblo.



"Una sociedad armada es una sociedad cortés"



Cuando era niño, por allá a finales de los sesenta, empecé a entender que las leyes de tránsito de Caracas eran particulares. En aquellos tiempos simples, imperaba “la ley del más grande”. El vehículo más grande atropellaba al más pequeño, y punto final. Fácil de comprender. Los autobuseros y camioneros eran el tope de la cadena alimentaria, y los que estaban por debajo aspiraban tener un carro cada vez más grande para poder subir peldaños en el “pecking order”. El universo era simple, y todo estaba en orden.

A finales de los setenta, ese orden se vio alterado por un fenómeno nuevo: la proliferación de los motorizados. Estas nuevas hordas de Boves ya se venían preparando desde los 60, pero tardaron aproximadamente 20 años en estar lo bastante cohesionados, y en tener un número suficiente como para apoderarse del mando en el tráfico caraqueño. Pero cuando lo hicieron, no hubo vuelta atrás. Impusieron una nueva ley, la “ley del motorizado”. Esta ley es igualmente sencilla, pero mucho menos intuitiva, y a quienes manejaban en Caracas les costó mucho adaptarse a ella. Es, ni más ni menos, una inversión del extremo de “la ley del más grande”: el motorizado, hasta ahora el más pequeño, pasa a ser el rey de la selva. Detenta esa jerarquía por dos elementos claves: porque es hampa, y porque es legión. No sólo es muy violento, sino que no tiene el más mínimo recato en ejercer la violencia, de hecho le gusta mucho. Y lo hace siempre desde una desmedida superioridad numérica. Inspira tanto miedo que puede realizar quince maniobras suicidas en quince minutos, con la absoluta confianza de que todos los conductores se apartarán para cederle paso, aun arriesgando colisiones con vehículos mayores. Lo que sea, menos tocar al rey de la selva.

Esta ley imperó durante tanto tiempo que la creímos eterna. Hasta que recientemente, en una fecha que no puedo precisar todavía, pero que no sale de los últimos cinco o seis años, surgió el cisne negro, un acontecimiento totalmente inesperado: el hampa común empezó a ser próspera, incluso muy próspera.

Fenómeno inaudito. En casi toda la historia de la humanidad, el crimen sólo ha pagado con largueza cuando es organizado, inteligente, o realizado por personas extraordinarias en circunstancias especiales. Sólo en la Venezuela del siglo XXI hemos visto como el delincuente común, el simple malandro, se ha vuelto rico. En un secuestro express gana más que un profesional en seis meses. Y de pronto, tiene acceso a un vehículo más cómodo. El sábado, cuando va a la playita, ya no tiene que llevar a toda la familia precariamente encaramada en una moto: ahora tiene carro, probablemente de origen asiático.

Esta movilidad económica no implica movilidad social. Me explico. El malandro, ahora que tiene carro, lo conduce exactamente como conducía su moto. Lo que quiere decir que maneja como si estuviera solo en el mundo, atravesándose de forma suicida en el camino de todo el que tenga la mala fortuna de compartir la calle con él, quien debe apartarse rápidamente de su camino. Y esto nos conduce a la nueva ley de tránsito de Caracas, la “ley del más loco”. Es de nuevo muy sencilla, pero presenta dificultades que no tenían sus antecesoras. Lo más complicado es que no podemos, a priori, distinguir a los locos a simple vista. Antes teníamos muy claro quién era el más grande, y luego, quién era el motorizado. Pero ahora, ¿quién es el rey de la selva? Como es una ley nueva, no lo tenemos precisado, y eso es muy peligroso. Tenemos que estar preparados para la eventualidad de que cualquiera de los que nos rodean en el tráfico pueda hacer una locura gigantesca en cualquier momento. Y declararse así el rey el mambo, el tope de la cadena alimentaria, gracias a su capacidades suicidas y a su falta de instinto de auto preservación.

Y entonces yo pienso: ¿por qué los demás admitimos esta situación? ¿Por qué no se deja que el suicida cumpla con su voluntad, y se estampe contra nuestro parachoques? ¿Por qué, desde siempre, dejamos que el más grande, el motorizado, el más loco, viole sistemáticamente nuestros derechos? Le tengo miedo a la respuesta, porque la respuesta es el miedo.

Porque el bravo pueblo se ha convertido en un pueblo de cobardes. No es casualidad que el sistema del pecking order sea el modus vivendi de las gallinas.
No sé si esto tenga remedio, porque “los demás” somos pocos, cada día menos. Pero podríamos aprender un par de lecciones del hampa. Así como ellos se armaron y se organizaron para crear el caos, nosotros podríamos armarnos y organizarnos para imponer el orden. Y recuperar la dignidad.

miércoles, 25 de mayo de 2016

"Pasando", de Silencio de Corchea





Como le decía, fue poco después, ya despuntando en la adolescencia, que empecé a “pasar”. La primera vez me asusté mucho, pues pensé que había muerto, y de muy mala muerte. Sucedió mientras la parte de mi mente que hace lo que le da la gana, la que no responde a mi voluntad, se burlaba de mi abuela. Supongo que a todo el mundo le pasa lo mismo: mientras una mitad de la mente se esfuerza en dominarse, la otra mitad se pone a pensar en barbaridades, o cochinadas. Bueno, esa tarde, como a los tres, yo estaba acostada boca abajo en la cama de mi hermano el comeflores, y simplemente no hacía nada, pensando en tonterías, cuando esa parte mala de mi mente empezó a burlarse de mi abuela muerta, en contra de mi voluntad. Y entonces, sucedió. Pensé que ella había venido a buscarme desde el más allá, pues todo se puso negro, y me quedé totalmente paralizada, al tiempo que un sonido atronador, como de aguas bajo una catarata, me ensordecía, y un peso enorme se abatía sobre mi pecho. Tenía la extraña sensación de una presión enorme que no venía de un sentido definido, sino de todas partes a la vez. Yo luchaba desesperadamente por mover un párpado, doblar una rodilla, levantar un dedo, pero era como pretender levantar un edificio. Después de unos minutos de lucha, le pedí a Dios que me acogiera en su seno, segura de que estaba muriendo.

Transcurrió lo que me pareció una eternidad, y la vista volvió a mí, pero ya no estaba en mi cuerpo. Estaba acostada boca abajo, con la espalda contra el techo, flotando sobre mi cuerpo. La sensación fue bastante agradable, excepto por aquello de que me veía a mí misma, allá abajo, y me miraba con un poco de compasión, y hasta desprecio. No me gustaba despreciarme a mí misma, pero no podía evitar que mi ego volador mirara al cuerpo tendido boca arriba y se dijera así mismo: “Mírala allá abajo, qué pendeja”.
Esa primera vez volé poco, sólo hasta la cocina, y sin pasar de la altura del techo. Pero pocos días después aprendí que podía “pasar” voluntariamente, e hice algunos vuelos bellísimos sobre las dos o tres calles más cercanas. Nunca conocí un aire más puro, colores más diáfanos ni un silencio tan perfecto. Todo parecía ser nuevo, recién hecho, y se notaban todos los detalles moleculares: las briznas de hierba, las piedritas, ninguna se escapaba a mi vista, a pesar de que flotaba a unos 30 metros de altura. Y cómo quisiera poder describir, o volver a ver esos colores, tan iguales pero tan distintos a los de este mundo... pero ahora me da demasiado miedo “pasar”.

Al principio, descubrí que ciertas músicas me ayudaban a “pasar”. Con los enormes audífonos de mitad del siglo pasado, oía esas canciones, con los ojos muy cerrados, y empezaba a imaginarme que descendía, suavemente, en una especie de espiral. Poco a poco mi cuerpo iba sintiendo que en verdad bajaba, y entonces venían la parálisis y el ruido de aguas turbulentas. Luego, no necesité ninguna ayuda externa: simplemente me relajaba voluntaria y totalmente, empezando por los dedos de los pies hacia arriba. Antes de llegar al pecho, invariablemente ya había “pasado”.

Pero sucedió varias veces que mi parte voladora no quería volver a mi cuerpo, al cual despreciaba cada día más. Esa renuencia aumentaba de forma artera y paulatina, y muchas veces el compromiso de volver rápidamente se quebrantaba tan pronto empezaba el vuelo. Además, los episodios de parálisis eran cada vez más largos y aterradores, ocurriendo varias veces que no logré ir más allá. Hasta que llegó el día que tuve mucho miedo de no poder regresar si volvía a “pasar”. Desde entonces, vivo aterrada con los ataques involuntarios que me suceden de vez en cuando, en los cuales hasta ahora siempre he logrado salirme antes de que la cosa pase a mayores, haciendo un esfuerzo de voluntad que me deja agotada. El miedo que siento es aún mayor que la primera vez, pues en aquel entonces pensaba que aquello era morir, pero ahora lo sé.

miércoles, 10 de febrero de 2016

El Golem en su guarida.


Cuando el Golem fue desactivado, a la única entrada a su guarida le quitaron los escalones más bajos, para que nadie pudiera asomarse a verlo.

Algo así ha pasado con este blog. El Golem piensa mucho, y poco escribe. Sin embargo siente mucha vergüenza por tener un año sin escribir una sola entrada. Eso es quitar prácticamente todos los escalones.

Esto va a ser remediado muy pronto.


jueves, 29 de enero de 2015

El embalsamamiento como fuente de poder: “Santa Evita”

“Todos los relatos que Borges compuso en esa época reflejan la indefensión de

un ciego ante las amenazas bárbaras del peronismo. Sin el terror a Perón, los 

laberintos y los espejos de Borges perderían una parte sustancial de su 

sentido”. 

“Pero así eran las cosas en aquella época: todos desconfiaban de todos. Una 

asidua pesadilla de las clases medias era la horda de bárbaros que 

descendería de la oscuridad para quitarles casas, empleos y ahorros, tal como 

Julio Cortázar lo imaginó en su cuento «Casa tomada». Evita, en cambio, veía 

la realidad al revés: la afligían los oligarcas y vendepatria que pretendían 

aplastar con su bota al pueblo descamisado (ella hablaba así: en sus discursos 

tocaba todas las alturas del énfasis) y pedía ayuda a las masas para «sacar a 

los traidores de sus guaridas asquerosas»”. Tomás Eloy Martínez, “Santa

Evita”.




 Es una idea mía, extraordinariamente impopular, que el pueblo argentino y el

venezolano se parecen todo lo que pueden parecerse dos pueblos.

Hasta ahora, nadie ha estado de acuerdo conmigo. Me citan la gran influencia

de Europa en el uno, y la de los Estados Unidos en el otro. Me hacen callar con

la gran diferencia de extensión y población entre ambos países, sus diversas

composiciones étnicas, y un sinnúmero de otros argumentos, todos razonables

y llenos de razones. Por lo tanto, no voy a tratar de convencer al lector de mi

idea. Dejémosla existir, como una especie de capricho inverosímil, y tengamos

la piedad de seguirme la corriente al respecto.


Porque yo sigo pensando que, aunque sea de una forma divergente, los

venezolanos y los argentinos nos parecemos mucho. Creo que compartimos un

buen número de virtudes y defectos (¿quién es generoso como un argentino?

Un venezolano. ¿Quién es tan engreído como un venezolano? Sólo un

argentino). Leyendo “Santa Evita”, me encontré con este curioso fragmento que

perfectamente podría haber sido escrito a propósito de Caracas:



“Las glándulas de Buenos Aires segregaban muerte (…) Nadie sabía de donde 

le brotaban tantos humos a la gente”.


En el párrafo citado al principio acerca de “Casa Tomada”, sustitúyase Evita por

Chávez y se habrá descrito la situación de Venezuela a principios del Siglo XXI.

En materias de economía y política, en la famosa cita de Samuelson "Están los 

países capitalistas, los de la órbita socialista y los del muy heterogéneo Tercer 

Mundo; pero eso no es suficiente, porque en realidad son cinco los sistemas: 

hay dos países más a tener en cuenta en forma separada; Japón y la 

Argentina. ¿Por qué? Porque no calzan en ninguna sistematización. Son tan 

peculiares y tan impredecibles que deben ser ubicados aparte". Probablemente

el economista habría incluido a Venezuela junto con Argentina si la primera no

fuese una nación oscura y casi desconocida para la cultura anglosajona, pues

ambos somos los “pobres países ricos” de América. El comentario de Aguinis a

la cita nos dice aún más: “…pocos saben por qué a Japón le ha ido tan bien y a 

Argentina le va tan mal” ¡Parece escrito por un venezolano!

Además, ambas naciones han conocido la paradoja de tener una discreta

prosperidad económica en épocas de intenso descontento popular, y sin

embargo, han sido relativamente felices bajo gobiernos ineficientes mas

populistas, en los cuales el pueblo llano se ha sentido reflejado y comprendido.


Pero entrando en el tema que nos ocupa en este momento, prácticamente no

tenemos noticias de líderes políticos contemporáneos, excepto los

archiconocidos comunistas, que hayan sido embalsamados con la intención de

ser públicamente expuestos… fuera de Venezuela y Argentina. (En el momento

en que escribo existen algunas dudas, pero la intención comunicada

oficialmente es la de exhibir el cadáver de Chávez de forma permanente)

Valga la aclaratoria: para quien escribe, Chávez no fue un líder comunista.

Quiso serlo, sin duda; lo habría sido de haber vivido más tiempo,

probablemente. Pero no se llegó a eso. Cuando estaba empezando a hablar

seriamente de instaurar comunas en el sentido político y social de la palabra,

enfermó y murió.


Por cierto, es interesante mencionar que el primer presidente de Venezuela

que falleció en ejercicio de sus funciones, el también militar Francisco Linares

Alcántara, fue embalsamado por el célebre doctor Gottfried Knoche a su

muerte en 1878. Sin embargo, no tenemos noticias de que su momia haya

sido exhibida.

De lo que no queda duda es que Hugo Chávez fue un líder populista, idolatrado

por parte de su pueblo –sobre todo en los estratos sociales más bajos-, odiado

por otros (la “oligarquía”), y generador de un movimiento, embrionario en esta

etapa, pero con posibilidades de prolongarse poco o mucho en la historia de

Venezuela. Mientras escribo, está embalsamado y siendo exhibido; y se ha

comunicado que dicha exhibición será permanente, con fines que

probablemente respondan tanto al deseo del pueblo como a la necesidad de

perpetuar y fomentar el movimiento en cuestión: el chavismo. Lo cual es una

manera eufemística de decir que su embalsamamiento y posterior exhibición se

vinculan íntimamente con el poder del Estado y su conservación.


Todo lo cual, guardando las distancias, nos recuerda a Evita y al peronismo.

Evidentemente, la veneración recibida por Eva Duarte fue mucho mayor, así

como el impacto de su muerte. Sin querer practicar el arte de la profecía

amateur, nos atrevemos a decir que la historia recordará a Evita mucho

después de que Chávez haya sido olvidado. No creo que Andrew Lloyd

Webber le dedique una ópera. Pero el embalsamamiento del uno no puede

dejar de recordarnos al de la otra, tan parecidos en sus objetivos y en sus fases

iniciales.

La suerte del cadáver embalsamado de Evita fue tan rocambolesca, que

evidentemente mereció un lugar especial en la literatura argentina. En esta

ocasión nos hemos concentrado en la lectura de “Santa Evita”, de Tomás Eloy

Martinez, sin olvidar el cuento “Esa Mujer” de Rodolfo Walsh, entre los cuales

notamos una íntima relación.

“Santa Evita”, en mi criterio, desafía constantemente la clasificación de novela

que le han endosado. El método de narración cambia pertinazmente a lo largo

de la obra, que de pronto nos convence que es una novela histórica, para en el

capítulo siguiente pasar a ser un relato de las confidencias del escritor que

narra el quehacer de su oficio. El libro es, en cierto modo, “Santa Evita” y el

making of  de “Santa Evita” en un mismo folio, en un mismo paquete. Y un

largo y juguetón ensayo acerca de los placeres y dolores del arte de escribir.

Indudable el éxito comercial: La Encyclopaedia Britannica, en su entrada para

Tomás Eloy Martínez, nos dice que ha sido traducido a 30 idiomas, y que ha

vendido más de diez millones de copias- un bestseller desde cualquier punto

de vista.

Menos amable que el gran público fue la crítica especializada. Pero eso no

tiene lugar en este breve ensayo.


Lo que nos interesa es el poder que se atribuye al cadáver embalsamado. En

primer lugar, el poder político. Dos grandes bandos se disputan el cuerpo: los

peronistas lo quieren tener, tanto por los motivos morales lógicos como para

usarlo como símbolo. Y los antiperonistas quieren ocultarlo a toda costa,

precisamente porque quieren evitar que la momia sea usada como símbolo-

curioso como las dos facciones opuestas están completamente de acuerdo en

lo escencial: en el cuerpo embalsamado de Eva Perón reside una cuota de

poder político, que ambas reconocen como importante.

Walsh y Martínez, escribiendo en épocas completamente distintas,

naturalmente difieren en el método de la búsqueda de la verdad. Walsh vive la

angustia del momento, y quisiera a toda costa que el innombrado Coronel

revelara la verdad sobre el cadáver de Evita.

Para Martinez, la era de la urgencia ha pasado. El Coronel tiene nombre y

apellido, así como prácticamente todos los actores principales. Sin embargo, la

duda largamente sembrada permanece en la mente del autor.  Aparentemente

desea la verdad, pero una especie de neblina nostálgica parece causarle un

cierto apego por los mitos. Y sacamos la impresión, nunca claramente

expresada mas sí presentida, de que le parece adecuado que una vida cuyos

inicios estuvieron signados por cierto misterio acabase de forma aún más

misteriosa, y se prolongase en un mar de fantasías tejidas en torno a la suerte

del cadáver. Un primoroso gusto por la irrealidad: Lo único que se puede hacer 

con la realidad es inventarla de nuevo.

De este modo, la obra de Martínez se nos antoja un palimpsesto, donde

muchas realidades alternativas se sobreponen las unas a las otras, de forma tal

que sólo los hechos fundamentales cobran verdadera importancia- en una

especie de paralelo poético-justiciero con la vida de Evita. Quizás este

paralelismo se hace patente cuando nos habla de los documentos que

examinó, que contenían tres fechas y dos lugares de nacimiento distintos. Pero

el autor menciona de último el acta de matrimonio, en la cual el lector

sospecha, pues no puede saber, que Evita mintió acerca de su edad, su

nombre y su lugar de nacimiento. Pero inmediatamente nos ataca la paradoja:

el matrimonio fue real. Así que todo es falso menos lo fundamental.

Y el hecho fundamental que nos deja la lectura es que el cuerpo embalsamado

de Evita detentaba un gran poder político.


El otro poder que se atribuye a los cadáveres tanto en Venezuela como en

Argentina (con una diferencia fundamental) es de tal naturaleza que resulta un

poco grotesco traerlo a colación. Pero el hecho es que tanto en “Esa mujer”

como en “Santa Evita” se da un peso sustancial a la creencia por parte de

algunos (¿muchos?) de que aquellos que se vieron involucrados con el cuerpo

sufrieron destinos desafortunados. La maldición de Tutankamón:

–La culpa la tuvo Evita –repitió la viuda–. Toda la gente que anduvo con el 

cadáver acabó mal.

–No creo en esas cosas –me oí decir.

La viuda se puso de pie y yo sentí que era hora de irme.

–¿No cree? –Su tono había dejado de ser amistoso. –Que Dios lo ampare, 

entonces. Si va a contar esa historia, debería tener cuidado. Apenas empiece a 

contarla, usted tampoco tendrá salvación.

Se da el curioso caso que un rumor semejante ha recorrido Venezuela, hace

un par de años de forma subterránea, y ahora abiertamente: que todos los que

tuvieron que ver que la exhumación del Libertador en el año 2010 sufrirían una

maldición. Y no deja de ser curioso que varias de las personas que asistieron a

dicho acto perecieron de forma prematura.

Parte del imaginario colectivo consigue ahí la respuesta a la partida del ahora

embalsamado mandatario: sufrió la terrible maldición por haber estado en

contacto con el cadáver que detentaba el poder. Como les pasó a los que se

metieron con el cuerpo de Evita.

Como se dice arriba, encuentro un poco grotesco tocar este tema. Sin

embargo, lo hago como una especie de homenaje a Tomás Eloy Martínez,

quien me ha hecho pasar muy buenos ratos con su escritura. Él pone en boca

del escéptico coronel Moori Koenig:

«El rumor, estaba diciendo, es la precaución que

toman los hechos antes de convertirse en verdad.. »

 

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miércoles, 15 de enero de 2014

EL CABALLO DE AGUA



En todos los mares del mundo existen caballos de agua. Ya Sinbad, en la época de las mil y una noches, participó en la lucrativa empresa de aparear yeguas terres­tres con caballos marinos para obtener los corceles más fogosos. Su apariencia es la de un caballo grande, a veces colosal, siempre negro o gris oscuro y de patas deformes. En Islandia, donde se le llama Nikur o Nennir, se dice que tiene los cascos al revés. En Chiloé, donde se vive en contacto aún más estrecho con los seres del mar, sus patas son simple­mente aletas. Los hábitos de los caballos de agua varían según la zona en que vivan.





En las islas británicas, donde se les ha estudia­do a fondo, distinguen dos tipos: el Kelpie, que es relativamente manso, y una bestia te­rrible llamada Aughisky en Irlanda, Each­uisge en Escocia y Cabyll ushey en la Isla de Man. (Aquellos que sean bebedores ya lo habrán notado: en las lenguas gaélicas, agua se dice, esencialmente, «whisky».) El Aughisky tiende a vagar cerca de rías profundas, difíci­les de vadear. A veces está ricamente enjae­zado. La hace con el propósito de tentar a cualquier humano a tratar de vadear el paso de agua sobre su lomo. El que lo intente será irremisiblemente arrastrado hacia el fondo, y una vez ahí, devorado. Hay ponies de agua que se especializan en ahogar niños. El Nennir tiene la misma mala costumbre, pero no so­porta el sonido de su nombre. Así, si la víctima se da cuenta de lo que sucede después de montarlo, basta que pronuncie dicho nombre o una palabra parecida para que el monstruo tenga que batirse en retirada. Muchos se han salvado por pura casualidad al decir alguna palabra de sonido similar. Si uno logra apar­tarlo del agua, el Nennir es una montura ex­celente, más veloz que ningún caballo terres­tre. Pero a la vista del agua recupera su anti­gua condición salvaje y arrastra a su jinete hacia las profundidades.


En Escocia existen caballos de agua que cambian de forma a voluntad, y aparecen como jóvenes hermosas o guapos donceles para seducir a sus víctimas. En esos casos, no pueden ocultar su naturaleza anfibia du­rante mucho tiempo, pues siempre están mojados. Es famoso el caso de Morag, donce­lla del Clan McGregor que encontró un her­moso muchacho en la puerta de su casa. Como estaba mojado, le preguntó qué le ha­bía sucedido. El muchacho relató que era un príncipe, que se había perdido durante una partida de caza, y que, en un mal paso, había caído al agua. Seducida por los encantos del joven, Morag le invitó a pasar y a secarse al fuego. Buscó un peine, y poniendo la cabeza del príncipe sobre su regazo, empezó a des­enmarañar sus largos cabellos negros. Al dar­se cuenta de que estaban llenos de las mis­mas algas que solía desenredar de las nasas de su padre, supo que se enfrentaba a un caballo de agua, y, horrorizada, salió corrien­do hacia el río, tras el cual se puso a salvo, pues en Escocia todos saben que el caballo marino no puede cruzar sobre agua que corre.


Otro encuentro famoso con un caballo de agua en Escocia ocurrió cuando los monjes benedictinos decidieron fundar una casa de enseñanza pública en Fort Augustus. Cuan­do empezaron a arar el campo que les daría el sustento, algunos monjes se rebelaron, dicien­do que habían venido a enseñar y no a arar, y que si Dios quería que ese campo fuese ara­do, que lo hiciera Él mismo. Ante sus ojos ató­nitos, los ciervos rojos bajaron de las tierras altas y pasaron el resto del día arando. Lle­nos de vergüenza, acudieron por la noche a terminar de arar el campo, pero no pudieron, pues un enorme caballo de agua lo estaba haciendo. Al amanecer, el caballo volvió a las oscuras aguas del loch, llevando sobre su lomo al monje que había dicho la frase blasfema. Sí, esto sucedió a orillas del famoso Loch Ness.


Probablemente los caballos marinos de cos­tumbres más singulares son los que viven en los alrededores de Chiloé, y relatarlas requie­re de ciertos preliminares. Es indispensable saber que en la zona habita La Pincoya, una especie de sirena chilota. Quienes la han vis­to, que son muchos, la describen como una adolescente de gran belleza, apenas cubierta por ropas hechas de algas. La Pincoya es hija de una deidad marina y una mujer mortal. Al nacer, su madre la trajo a tierra, a casa de sus padres, y la dejó bajo su cuidado, dándo­les instrucciones de no verla, pues su natura­leza especial no soportaba las miradas. Los padres de la mujer desobedecieron, y bajo su mirada, la beba se transformó en agua.


La madre, desesperada, vertió el agua en el mar entre sollozos y llamó a su esposo. Este le dijo que no se preocupara, que su hija no había muerto, y se la mostró ya convertida en una espléndida adolescente, surcando las aguas en un bote que parecía una cuna. Desde en­tonces, La Pincoya siembra el mar de peces y mariscos para que los chilotas puedan cose­charlos. Les advierte dónde habrá buena pes­ca bailando sobre la playa de cara al mar. En cambio, cuando baila viendo hacia la tierra, se avecina escasez y hambre.


Otro servicio presta Pincoya a los hombres: cuando alguno naufraga y muere, lo lleva a bordo de un bar­co mágico llamado El Caleuche, donde los ahogados reviven y llevan una vida de franca­chela. A menudo se ve El Caleuche navegan­do entre dos luces por los estrechos, profusamente iluminado, y se escucha el jol­gorio de sus marineros. Estos tienen la mi­sión de vigilar que los pescadores cumplan con las reglas del juego limpio, y aquellos que abusan en la pesca se ven visitados por la tripulación de El Caleuche, a quienes deberán entonces agasajar con abundante comida y libaciones en determinadas noches del año. Para atracar en las casas de esos pescadores delincuentes el barco se hace invisible, pero antes del alba los vecinos escuchan el sonido de las cadenas cuando levan anclas. Aunque viven en el más allá, los náufragos de El Caleuche son felices, y es por ello que el chilota no teme al mar aunque no sepa nadar.



Pero en esta felicidad es de advertir un defecto. Por supuesto, muy pocas mujeres naufragan. Al marinero ahogado se le permite, una vez al año, bajar a tierra firme a visitar a su mujer, pero la mayoría renuncia a este derecho después de encontrarla en brazos de algún otro. Es por ello que las brujas los visitan y los acompañan en sus francachelas espectrales. Y para regresar a tierra, al alba, las brujas cabalgan sobre los lomos de caballos marinos. Este es, hasta donde sé, el único caso conocido de domesticación del caballo mari­no en su hábitat natural. 


(de Leyendas del Mar Océano, Editorial Índigo)

jueves, 9 de mayo de 2013

El suplicio del permiso de viajes, o de cómo los divorciados no deben viajar en comunismo.



Un fenómeno que me causa una gran inquietud, justificada a mi parecer, es cómo los miedos crecen con la edad, tanto en número como en intensidad. A los 18 años, sólo le tenía miedo a las culebras venenosas. Ahora, mis temores son legión.

Pero no existe nada que me cause tan rápidamente esa desagradable sensación de vacío en la boca del estómago como la sola mención del infame permiso de viajes para menores. (Pausa para generar más miedo).

El solo hecho de que un padre necesite una autorización escrita y legalizada ante el estado para llevar de viaje a sus hijos nos habla del declive de la sociedad, y de cómo ese estado-papaDios siente la imperiosa necesidad de estar metido en los rincones más íntimos de nuestras vidas. En las sociedades civilizadas no se parte del principio que los padres raptan a sus hijos, sino que se les considera inocentes hasta probar lo contrario. Pero aquí no. El todopoderoso estado TIENE que velar y regular cada aspecto de la vida, suponer siempre lo peor, y actuar en consecuencia.

Por lo tanto, somete a las parejas divorciadas a un nuevo escollo que superar, proporcionando a los ex cónyuges nuevas y deliciosas maneras de vengarse de las miles de afrentas vividas o imaginadas: ahora, ¡no te doy el permiso para que viajes con los niños!. O, en el mejor de los casos, te lo doy a última hora, a cambio de que me pagues tal o cual cosa.

Quienes participaron en la redacción de la ley, previeron que esto pasaría, e idearon un mecanismo mediante el cual, en caso de desacuerdo, un juez podía decidir en cosa de pocos días si los pobres muchachos que veían en pico de zamuro sus vacaciones podrían viajar o no. Todo perfecto, ¿no?

¡Nooooo! El súper estado tenía que demostrar su infinito poder, y hacer que las cosas fáciles fueran difíciles. Y la Sala Constitucional del TSJ, como suele hacer, declaró que la ley no dice lo que dice, sino todo lo contrario, y mediante esta sentencia decidió que los permisos de viaje se ventilaran por el procedimiento de la guarda y custodia, el cual no puede, en ningún caso, durar menos de un año. Bye bye, vacaciones.

Mis escasos y desocupados lectores me dirán: "Bueno, Golem, deja la quejadera. Todo radica en que los padres de pongan de acuerdo, y en el fondo esas leyes protegen a los niños". Y tendrían razón. Si no fuera por el comunismo.

Cuando entró el comunismo, las cosas empezaron a cambiar. Como a todo Golem le consta, el comunismo es enemigo de los viajes. Le gustan las fronteras cerradas. Le gusta que la gente se quede adentro. Y fue el caso que, solapadamente, empezó a operar y a tejer sus redes en torno al ya humillante e innecesario trámite del temido permiso de viaje.

En mi caso personal, superadas las negativas iniciales, pasé un período en que no tuve ningún inconveniente con los dichosos permisos, y realicé bastantes viajes sin mayor problema con las autoridades, hasta que llegó el día. "Este permiso no tiene la huella dactilar de la madre. Las niñas no pueden viajar".

Así de simple. En el aeropuerto de Maiquetía un día decidieron, sin avisarle a nadie, que los permisos tenían que llevar huellas digitales. Desastre total, económico y emocional. Dos niñas llorando deseperadas, mientras el funcionario (¿servidor?) público se henchía de placer totalitario ante su maravilloso despliegue de autoridad y las señalaba constantemente con el dedo: "¡Ustedes no viajan!". No hubo razomaniento que valiera.

Cambio de pasajes costosísimo para seis personas, pérdida de las reservaciones hechas (más $), corre y corre para conseguir otro permiso de viaje en Maracaibo. Cuando la ley solamente dice, en su artículo 392 que el permiso debe ser autenticado, es decir, notariado. No dice nada de huellas dactilares.

Ni de copias de las partidas de nacimiento anexas, como nos han pedido después entre otros. Porque la cosa no ha parado ahí. Ahora la propia gente del instituto de protección al niño y al adolescente ha diseñado un esquema, totalmente alejado de lo que dice la ley, mediante el cual el permiso, que sólo tenía que ser notariado, requiere:

- Original y copia de la partida de nacimiento y del pasaporte del niño, niña o adolescente.
- Original y copia de la cédula de identidad de los padres o representante legal.
- Original y copia de la cédula de identidad y pasaporte de la persona con quien viaja.
- Dos (2) fotos tamaño carné del o los viajeros, así como de los padres y de la persona con quien viaja.
- Recibo de electricidad, teléfono o constancia de residencia. De la misma manera es obligatorio que se presenten ambos padres.

Esto parece inventado, pero no lo es. Verificarlo aquí. Se necesitan fotos, constancias de residencia, etc. para obtener un permiso del cual la ley sólo dice que tiene que ser notariado. Y por supuesto, cabe esperar que en el futuro esta lista de requisitos y anexos se siga incrementando, hasta incluir el carnet del partido político de todos los familiares, y por lo menos la fe de bautismo de la abuela de los chamos. Lo cual, por supuesto, no publicarán en ningún periódico, no sea que los enemigos-envidiados-odiados padres puedan ponerse al día, y ¡Marx no lo permita! logren salir de vacaciones con sus hijos.

La propia gente llamada a cumplir la ley hace con ella lo que le da la gana. Curioso, muy curioso y muy parecido al totalitarismo: un sistema de gobierno en el cual la ley no le dice al funcionario cómo hacer las cosas, sino que el funcionario, según lo que le dé la gana, fabrica él mismo la verdadera ley.Y lo que le da la gana es hacer que sea muy, pero muy difícil viajar a los hijos de divorciados. 

Tan difícil que American Airlines está poniendo etiquetas de un amarillo fosforecente en todas las maletas de los que viajamos con permisos. La etiqueta dice "Standby- Permiso de Viaje".



Detengámonos un momento a pensar en lo que simboliza la etiqueta. Existen tantos padres e hijos que son detenidos en el último momento y no se les permite viajar, que la mayor línea aérea ha tenido que diseñar un procedimiento para no montar su equipaje en el avión hasta que hayan pasado por el control de migración. 

Sencillamente, la idea es no dejarnos viajar. Como no lo pueden hacer de un tirón, nos van restringiendo poco a poco los modos, hasta que cuando nos demos cuenta, estemos cocinados como la proverbial rana.

Todo esto, por supuesto, sólo vale para los tontos a quienes nuestra moral nos impide participar de la actividad económica informal, el motor que mueve al país, en donde por una módica suma se puede simplemente comprar el famoso permiso.