"Una sociedad armada es una sociedad cortés"
Cuando era niño, por allá a
finales de los sesenta, empecé a entender que las leyes de tránsito de Caracas
eran particulares. En aquellos tiempos simples, imperaba “la ley del más
grande”. El vehículo más grande atropellaba al más pequeño, y punto final.
Fácil de comprender. Los autobuseros y camioneros eran el tope de la cadena
alimentaria, y los que estaban por debajo aspiraban tener un carro cada vez más
grande para poder subir peldaños en el “pecking order”. El universo era simple,
y todo estaba en orden.
A finales de los setenta, ese
orden se vio alterado por un fenómeno nuevo: la proliferación de los motorizados.
Estas nuevas hordas de Boves ya se venían preparando desde los 60, pero
tardaron aproximadamente 20 años en estar lo bastante cohesionados, y en
tener un número suficiente como para apoderarse del mando en el tráfico
caraqueño. Pero cuando lo hicieron, no hubo vuelta atrás. Impusieron una nueva
ley, la “ley del motorizado”. Esta ley es igualmente sencilla, pero mucho menos
intuitiva, y a quienes manejaban en Caracas les costó mucho adaptarse a ella. Es,
ni más ni menos, una inversión del extremo de “la ley del más grande”: el
motorizado, hasta ahora el más pequeño, pasa a ser el rey de la selva. Detenta
esa jerarquía por dos elementos claves: porque es hampa, y porque es legión. No
sólo es muy violento, sino que no tiene el más mínimo recato en ejercer la
violencia, de hecho le gusta mucho. Y lo hace siempre desde una desmedida
superioridad numérica. Inspira tanto miedo que puede realizar
quince maniobras suicidas en quince minutos, con la absoluta confianza de que todos los conductores se apartarán para cederle paso, aun arriesgando colisiones con
vehículos mayores. Lo que sea, menos tocar al rey de la selva.
Esta ley imperó durante tanto
tiempo que la creímos eterna. Hasta que recientemente, en una fecha que no
puedo precisar todavía, pero que no sale de los últimos cinco o seis años,
surgió el cisne negro, un acontecimiento totalmente inesperado: el hampa común
empezó a ser próspera, incluso muy próspera.
Fenómeno inaudito. En casi
toda la historia de la humanidad, el crimen sólo ha pagado con largueza cuando
es organizado, inteligente, o realizado por personas extraordinarias en
circunstancias especiales. Sólo en la Venezuela del siglo XXI hemos visto como
el delincuente común, el simple malandro, se ha vuelto rico. En un secuestro
express gana más que un profesional en seis meses. Y de pronto, tiene acceso a
un vehículo más cómodo. El sábado, cuando va a la playita, ya no tiene que
llevar a toda la familia precariamente encaramada en una moto: ahora tiene
carro, probablemente de origen asiático.
Esta movilidad económica no
implica movilidad social. Me explico. El malandro, ahora que tiene carro, lo
conduce exactamente como conducía su moto. Lo que quiere decir que maneja
como si estuviera solo en el mundo, atravesándose de forma suicida en el camino
de todo el que tenga la mala fortuna de compartir la calle con él, quien debe apartarse rápidamente de su camino. Y esto nos conduce a la nueva ley
de tránsito de Caracas, la “ley del más loco”. Es de nuevo muy sencilla, pero
presenta dificultades que no tenían sus antecesoras. Lo más complicado es que
no podemos, a priori, distinguir a los locos a simple vista. Antes teníamos muy
claro quién era el más grande, y luego, quién era el motorizado. Pero ahora,
¿quién es el rey de la selva? Como es una ley nueva, no lo tenemos precisado, y
eso es muy peligroso. Tenemos que estar preparados para la eventualidad de que
cualquiera de los que nos rodean en el tráfico pueda hacer una locura
gigantesca en cualquier momento. Y declararse así el rey el mambo, el tope de
la cadena alimentaria, gracias a su capacidades suicidas y a su falta de instinto de auto
preservación.
Y entonces yo pienso: ¿por qué
los demás admitimos esta situación? ¿Por qué no se deja que el suicida cumpla
con su voluntad, y se estampe contra nuestro parachoques? ¿Por qué, desde
siempre, dejamos que el más grande, el motorizado, el más loco, viole sistemáticamente
nuestros derechos? Le tengo miedo a la respuesta, porque la respuesta es el
miedo.
Porque el bravo pueblo se ha
convertido en un pueblo de cobardes. No es casualidad que el sistema del pecking order sea
el modus vivendi de las gallinas.
No sé si esto tenga remedio,
porque “los demás” somos pocos, cada día menos. Pero podríamos aprender un par
de lecciones del hampa. Así como ellos se armaron y se organizaron para crear
el caos, nosotros podríamos armarnos y organizarnos para imponer el orden. Y
recuperar la dignidad.