En todos los mares del mundo existen caballos de agua. Ya Sinbad, en
la época de las mil y una noches, participó en la lucrativa empresa de aparear
yeguas terrestres con caballos marinos para obtener los corceles más fogosos.
Su apariencia es la de un caballo grande, a veces colosal, siempre negro o gris
oscuro y de patas deformes. En Islandia, donde se le llama Nikur o Nennir, se dice
que tiene los cascos al revés. En Chiloé, donde se vive en contacto aún más
estrecho con los seres del mar, sus patas son simplemente aletas. Los hábitos
de los caballos de agua varían según la zona en que vivan.
En las islas británicas, donde se les ha estudiado a fondo, distinguen dos tipos: el Kelpie, que es relativamente manso, y una bestia terrible llamada Aughisky en Irlanda, Eachuisge en Escocia y Cabyll ushey en la Isla de Man. (Aquellos que sean bebedores ya lo habrán notado: en las lenguas gaélicas, agua se dice, esencialmente, «whisky».) El Aughisky tiende a vagar cerca de rías profundas, difíciles de vadear. A veces está ricamente enjaezado. La hace con el propósito de tentar a cualquier humano a tratar de vadear el paso de agua sobre su lomo. El que lo intente será irremisiblemente arrastrado hacia el fondo, y una vez ahí, devorado. Hay ponies de agua que se especializan en ahogar niños. El Nennir tiene la misma mala costumbre, pero no soporta el sonido de su nombre. Así, si la víctima se da cuenta de lo que sucede después de montarlo, basta que pronuncie dicho nombre o una palabra parecida para que el monstruo tenga que batirse en retirada. Muchos se han salvado por pura casualidad al decir alguna palabra de sonido similar. Si uno logra apartarlo del agua, el Nennir es una montura excelente, más veloz que ningún caballo terrestre. Pero a la vista del agua recupera su antigua condición salvaje y arrastra a su jinete hacia las profundidades.
En Escocia existen caballos de agua que cambian de forma a voluntad,
y aparecen como jóvenes hermosas o guapos donceles para seducir a sus víctimas.
En esos casos, no pueden ocultar su naturaleza anfibia durante mucho tiempo,
pues siempre están mojados. Es famoso el caso de Morag, doncella del Clan
McGregor que encontró un hermoso muchacho en la puerta de su casa. Como estaba
mojado, le preguntó qué le había sucedido. El muchacho relató que era un príncipe,
que se había perdido durante una partida de caza, y que, en un mal paso, había caído
al agua. Seducida por los encantos del joven, Morag le invitó a pasar y a
secarse al fuego. Buscó un peine, y poniendo la cabeza del príncipe sobre su
regazo, empezó a desenmarañar sus largos cabellos negros. Al darse cuenta de
que estaban llenos de las mismas algas que solía desenredar de las nasas de su
padre, supo que se enfrentaba a un caballo de agua, y, horrorizada, salió
corriendo hacia el río, tras el cual se puso a salvo, pues en Escocia todos
saben que el caballo marino no puede
cruzar sobre agua que corre.
Otro encuentro famoso con un caballo de agua en Escocia ocurrió
cuando los monjes benedictinos decidieron fundar una casa de enseñanza pública
en Fort Augustus. Cuando empezaron a arar el campo que les daría el sustento,
algunos monjes se rebelaron, diciendo que habían venido a enseñar y no a arar,
y que si Dios quería que ese campo fuese arado, que lo hiciera Él mismo. Ante
sus ojos atónitos, los ciervos rojos bajaron de las tierras altas y pasaron el
resto del día arando. Llenos de vergüenza, acudieron por la noche a terminar
de arar el campo, pero no pudieron, pues un enorme caballo de agua lo estaba
haciendo. Al amanecer, el caballo volvió a las oscuras aguas del loch, llevando
sobre su lomo al monje que había dicho la frase blasfema. Sí, esto sucedió a
orillas del famoso Loch Ness.
Probablemente los caballos marinos de costumbres
más singulares son los que viven en los alrededores de Chiloé, y relatarlas requiere
de ciertos preliminares. Es indispensable saber que en la zona habita La
Pincoya, una especie de sirena chilota. Quienes la han visto, que son muchos,
la describen como una adolescente de gran belleza, apenas cubierta por ropas
hechas de algas. La Pincoya es hija de una deidad marina y una mujer mortal. Al nacer, su madre la trajo a tierra, a casa de sus padres, y la dejó bajo su
cuidado, dándoles instrucciones de no verla, pues su naturaleza especial no
soportaba las miradas. Los padres de la mujer desobedecieron, y bajo su mirada,
la beba se transformó en agua.
La madre, desesperada, vertió el agua en el mar entre sollozos y
llamó a su esposo. Este le dijo que no se preocupara, que su hija no había
muerto, y se la mostró ya convertida en una espléndida adolescente, surcando
las aguas en un bote que parecía una cuna. Desde entonces, La Pincoya siembra
el mar de peces y mariscos para que los chilotas puedan cosecharlos. Les
advierte dónde habrá buena pesca bailando sobre la playa de cara al mar. En
cambio, cuando baila viendo hacia la tierra, se avecina escasez y hambre.
Otro servicio presta Pincoya a los hombres:
cuando alguno naufraga y muere, lo lleva a bordo de un barco mágico llamado El
Caleuche, donde los ahogados reviven y llevan una vida de francachela. A
menudo se ve El Caleuche navegando entre dos luces por los estrechos,
profusamente iluminado, y se escucha el jolgorio de sus marineros. Estos
tienen la misión de vigilar que los pescadores cumplan con las reglas del
juego limpio, y aquellos que abusan en la pesca se ven visitados por la
tripulación de El Caleuche, a quienes deberán entonces agasajar con abundante
comida y libaciones en determinadas noches del año. Para atracar en las casas
de esos pescadores delincuentes el barco se hace invisible, pero antes del alba
los vecinos escuchan el sonido de las cadenas cuando levan anclas. Aunque viven
en el más allá, los náufragos de El Caleuche son felices, y es por ello que el
chilota no teme al mar aunque no sepa nadar.
Pero en esta felicidad es de advertir un
defecto. Por supuesto, muy pocas mujeres naufragan. Al marinero ahogado se le
permite, una vez al año, bajar a tierra firme a visitar a su mujer, pero la mayoría
renuncia a este derecho después de encontrarla en brazos de algún otro. Es por
ello que las brujas los visitan y los acompañan en sus francachelas
espectrales. Y para regresar a tierra, al alba, las brujas cabalgan sobre los
lomos de caballos marinos. Este es, hasta donde sé, el único caso conocido de domesticación
del caballo marino en su hábitat natural.
(de Leyendas del Mar Océano, Editorial Índigo)