El Golem fue creado por el Maharal de Praga en el Siglo XVI, para defender el Barrio Judío. Cumplió cabalmente su misión, pero se volvió demasiado violento, y hubo que encerrarlo.
En su frente se leía la palabra "emet", o sea, "verdad". Cuenta la leyenda que el rabino borró la "e", quedando la palabra "met", que significa muerto, y que desde entonces yace, en animación suspendida, en el ático de la sinagoga, cuya escalera derruyeron parcialmente para que nadie pudiera subir. Teóricamente, ahí espera que la ciudad de Praga lo necesite.

Pero la leyenda es falsa. Harto de toda esa inactividad, el Golem se mudó a Caracas, donde vive como un cincuentón agridulce, y abrió un blog para compartir sus fotografías y criticarlo todo. Bienvenidos a ese blog.

miércoles, 15 de enero de 2014

EL CABALLO DE AGUA



En todos los mares del mundo existen caballos de agua. Ya Sinbad, en la época de las mil y una noches, participó en la lucrativa empresa de aparear yeguas terres­tres con caballos marinos para obtener los corceles más fogosos. Su apariencia es la de un caballo grande, a veces colosal, siempre negro o gris oscuro y de patas deformes. En Islandia, donde se le llama Nikur o Nennir, se dice que tiene los cascos al revés. En Chiloé, donde se vive en contacto aún más estrecho con los seres del mar, sus patas son simple­mente aletas. Los hábitos de los caballos de agua varían según la zona en que vivan.





En las islas británicas, donde se les ha estudia­do a fondo, distinguen dos tipos: el Kelpie, que es relativamente manso, y una bestia te­rrible llamada Aughisky en Irlanda, Each­uisge en Escocia y Cabyll ushey en la Isla de Man. (Aquellos que sean bebedores ya lo habrán notado: en las lenguas gaélicas, agua se dice, esencialmente, «whisky».) El Aughisky tiende a vagar cerca de rías profundas, difíci­les de vadear. A veces está ricamente enjae­zado. La hace con el propósito de tentar a cualquier humano a tratar de vadear el paso de agua sobre su lomo. El que lo intente será irremisiblemente arrastrado hacia el fondo, y una vez ahí, devorado. Hay ponies de agua que se especializan en ahogar niños. El Nennir tiene la misma mala costumbre, pero no so­porta el sonido de su nombre. Así, si la víctima se da cuenta de lo que sucede después de montarlo, basta que pronuncie dicho nombre o una palabra parecida para que el monstruo tenga que batirse en retirada. Muchos se han salvado por pura casualidad al decir alguna palabra de sonido similar. Si uno logra apar­tarlo del agua, el Nennir es una montura ex­celente, más veloz que ningún caballo terres­tre. Pero a la vista del agua recupera su anti­gua condición salvaje y arrastra a su jinete hacia las profundidades.


En Escocia existen caballos de agua que cambian de forma a voluntad, y aparecen como jóvenes hermosas o guapos donceles para seducir a sus víctimas. En esos casos, no pueden ocultar su naturaleza anfibia du­rante mucho tiempo, pues siempre están mojados. Es famoso el caso de Morag, donce­lla del Clan McGregor que encontró un her­moso muchacho en la puerta de su casa. Como estaba mojado, le preguntó qué le ha­bía sucedido. El muchacho relató que era un príncipe, que se había perdido durante una partida de caza, y que, en un mal paso, había caído al agua. Seducida por los encantos del joven, Morag le invitó a pasar y a secarse al fuego. Buscó un peine, y poniendo la cabeza del príncipe sobre su regazo, empezó a des­enmarañar sus largos cabellos negros. Al dar­se cuenta de que estaban llenos de las mis­mas algas que solía desenredar de las nasas de su padre, supo que se enfrentaba a un caballo de agua, y, horrorizada, salió corrien­do hacia el río, tras el cual se puso a salvo, pues en Escocia todos saben que el caballo marino no puede cruzar sobre agua que corre.


Otro encuentro famoso con un caballo de agua en Escocia ocurrió cuando los monjes benedictinos decidieron fundar una casa de enseñanza pública en Fort Augustus. Cuan­do empezaron a arar el campo que les daría el sustento, algunos monjes se rebelaron, dicien­do que habían venido a enseñar y no a arar, y que si Dios quería que ese campo fuese ara­do, que lo hiciera Él mismo. Ante sus ojos ató­nitos, los ciervos rojos bajaron de las tierras altas y pasaron el resto del día arando. Lle­nos de vergüenza, acudieron por la noche a terminar de arar el campo, pero no pudieron, pues un enorme caballo de agua lo estaba haciendo. Al amanecer, el caballo volvió a las oscuras aguas del loch, llevando sobre su lomo al monje que había dicho la frase blasfema. Sí, esto sucedió a orillas del famoso Loch Ness.


Probablemente los caballos marinos de cos­tumbres más singulares son los que viven en los alrededores de Chiloé, y relatarlas requie­re de ciertos preliminares. Es indispensable saber que en la zona habita La Pincoya, una especie de sirena chilota. Quienes la han vis­to, que son muchos, la describen como una adolescente de gran belleza, apenas cubierta por ropas hechas de algas. La Pincoya es hija de una deidad marina y una mujer mortal. Al nacer, su madre la trajo a tierra, a casa de sus padres, y la dejó bajo su cuidado, dándo­les instrucciones de no verla, pues su natura­leza especial no soportaba las miradas. Los padres de la mujer desobedecieron, y bajo su mirada, la beba se transformó en agua.


La madre, desesperada, vertió el agua en el mar entre sollozos y llamó a su esposo. Este le dijo que no se preocupara, que su hija no había muerto, y se la mostró ya convertida en una espléndida adolescente, surcando las aguas en un bote que parecía una cuna. Desde en­tonces, La Pincoya siembra el mar de peces y mariscos para que los chilotas puedan cose­charlos. Les advierte dónde habrá buena pes­ca bailando sobre la playa de cara al mar. En cambio, cuando baila viendo hacia la tierra, se avecina escasez y hambre.


Otro servicio presta Pincoya a los hombres: cuando alguno naufraga y muere, lo lleva a bordo de un bar­co mágico llamado El Caleuche, donde los ahogados reviven y llevan una vida de franca­chela. A menudo se ve El Caleuche navegan­do entre dos luces por los estrechos, profusamente iluminado, y se escucha el jol­gorio de sus marineros. Estos tienen la mi­sión de vigilar que los pescadores cumplan con las reglas del juego limpio, y aquellos que abusan en la pesca se ven visitados por la tripulación de El Caleuche, a quienes deberán entonces agasajar con abundante comida y libaciones en determinadas noches del año. Para atracar en las casas de esos pescadores delincuentes el barco se hace invisible, pero antes del alba los vecinos escuchan el sonido de las cadenas cuando levan anclas. Aunque viven en el más allá, los náufragos de El Caleuche son felices, y es por ello que el chilota no teme al mar aunque no sepa nadar.



Pero en esta felicidad es de advertir un defecto. Por supuesto, muy pocas mujeres naufragan. Al marinero ahogado se le permite, una vez al año, bajar a tierra firme a visitar a su mujer, pero la mayoría renuncia a este derecho después de encontrarla en brazos de algún otro. Es por ello que las brujas los visitan y los acompañan en sus francachelas espectrales. Y para regresar a tierra, al alba, las brujas cabalgan sobre los lomos de caballos marinos. Este es, hasta donde sé, el único caso conocido de domesticación del caballo mari­no en su hábitat natural. 


(de Leyendas del Mar Océano, Editorial Índigo)