El Golem fue creado por el Maharal de Praga en el Siglo XVI, para defender el Barrio Judío. Cumplió cabalmente su misión, pero se volvió demasiado violento, y hubo que encerrarlo.
En su frente se leía la palabra "emet", o sea, "verdad". Cuenta la leyenda que el rabino borró la "e", quedando la palabra "met", que significa muerto, y que desde entonces yace, en animación suspendida, en el ático de la sinagoga, cuya escalera derruyeron parcialmente para que nadie pudiera subir. Teóricamente, ahí espera que la ciudad de Praga lo necesite.

Pero la leyenda es falsa. Harto de toda esa inactividad, el Golem se mudó a Caracas, donde vive como un cincuentón agridulce, y abrió un blog para compartir sus fotografías y criticarlo todo. Bienvenidos a ese blog.

jueves, 12 de enero de 2017

La ley del más loco y el bravo pueblo.



"Una sociedad armada es una sociedad cortés"



Cuando era niño, por allá a finales de los sesenta, empecé a entender que las leyes de tránsito de Caracas eran particulares. En aquellos tiempos simples, imperaba “la ley del más grande”. El vehículo más grande atropellaba al más pequeño, y punto final. Fácil de comprender. Los autobuseros y camioneros eran el tope de la cadena alimentaria, y los que estaban por debajo aspiraban tener un carro cada vez más grande para poder subir peldaños en el “pecking order”. El universo era simple, y todo estaba en orden.

A finales de los setenta, ese orden se vio alterado por un fenómeno nuevo: la proliferación de los motorizados. Estas nuevas hordas de Boves ya se venían preparando desde los 60, pero tardaron aproximadamente 20 años en estar lo bastante cohesionados, y en tener un número suficiente como para apoderarse del mando en el tráfico caraqueño. Pero cuando lo hicieron, no hubo vuelta atrás. Impusieron una nueva ley, la “ley del motorizado”. Esta ley es igualmente sencilla, pero mucho menos intuitiva, y a quienes manejaban en Caracas les costó mucho adaptarse a ella. Es, ni más ni menos, una inversión del extremo de “la ley del más grande”: el motorizado, hasta ahora el más pequeño, pasa a ser el rey de la selva. Detenta esa jerarquía por dos elementos claves: porque es hampa, y porque es legión. No sólo es muy violento, sino que no tiene el más mínimo recato en ejercer la violencia, de hecho le gusta mucho. Y lo hace siempre desde una desmedida superioridad numérica. Inspira tanto miedo que puede realizar quince maniobras suicidas en quince minutos, con la absoluta confianza de que todos los conductores se apartarán para cederle paso, aun arriesgando colisiones con vehículos mayores. Lo que sea, menos tocar al rey de la selva.

Esta ley imperó durante tanto tiempo que la creímos eterna. Hasta que recientemente, en una fecha que no puedo precisar todavía, pero que no sale de los últimos cinco o seis años, surgió el cisne negro, un acontecimiento totalmente inesperado: el hampa común empezó a ser próspera, incluso muy próspera.

Fenómeno inaudito. En casi toda la historia de la humanidad, el crimen sólo ha pagado con largueza cuando es organizado, inteligente, o realizado por personas extraordinarias en circunstancias especiales. Sólo en la Venezuela del siglo XXI hemos visto como el delincuente común, el simple malandro, se ha vuelto rico. En un secuestro express gana más que un profesional en seis meses. Y de pronto, tiene acceso a un vehículo más cómodo. El sábado, cuando va a la playita, ya no tiene que llevar a toda la familia precariamente encaramada en una moto: ahora tiene carro, probablemente de origen asiático.

Esta movilidad económica no implica movilidad social. Me explico. El malandro, ahora que tiene carro, lo conduce exactamente como conducía su moto. Lo que quiere decir que maneja como si estuviera solo en el mundo, atravesándose de forma suicida en el camino de todo el que tenga la mala fortuna de compartir la calle con él, quien debe apartarse rápidamente de su camino. Y esto nos conduce a la nueva ley de tránsito de Caracas, la “ley del más loco”. Es de nuevo muy sencilla, pero presenta dificultades que no tenían sus antecesoras. Lo más complicado es que no podemos, a priori, distinguir a los locos a simple vista. Antes teníamos muy claro quién era el más grande, y luego, quién era el motorizado. Pero ahora, ¿quién es el rey de la selva? Como es una ley nueva, no lo tenemos precisado, y eso es muy peligroso. Tenemos que estar preparados para la eventualidad de que cualquiera de los que nos rodean en el tráfico pueda hacer una locura gigantesca en cualquier momento. Y declararse así el rey el mambo, el tope de la cadena alimentaria, gracias a su capacidades suicidas y a su falta de instinto de auto preservación.

Y entonces yo pienso: ¿por qué los demás admitimos esta situación? ¿Por qué no se deja que el suicida cumpla con su voluntad, y se estampe contra nuestro parachoques? ¿Por qué, desde siempre, dejamos que el más grande, el motorizado, el más loco, viole sistemáticamente nuestros derechos? Le tengo miedo a la respuesta, porque la respuesta es el miedo.

Porque el bravo pueblo se ha convertido en un pueblo de cobardes. No es casualidad que el sistema del pecking order sea el modus vivendi de las gallinas.
No sé si esto tenga remedio, porque “los demás” somos pocos, cada día menos. Pero podríamos aprender un par de lecciones del hampa. Así como ellos se armaron y se organizaron para crear el caos, nosotros podríamos armarnos y organizarnos para imponer el orden. Y recuperar la dignidad.