El Golem fue creado por el Maharal de Praga en el Siglo XVI, para defender el Barrio Judío. Cumplió cabalmente su misión, pero se volvió demasiado violento, y hubo que encerrarlo.
En su frente se leía la palabra "emet", o sea, "verdad". Cuenta la leyenda que el rabino borró la "e", quedando la palabra "met", que significa muerto, y que desde entonces yace, en animación suspendida, en el ático de la sinagoga, cuya escalera derruyeron parcialmente para que nadie pudiera subir. Teóricamente, ahí espera que la ciudad de Praga lo necesite.

Pero la leyenda es falsa. Harto de toda esa inactividad, el Golem se mudó a Caracas, donde vive como un cincuentón agridulce, y abrió un blog para compartir sus fotografías y criticarlo todo. Bienvenidos a ese blog.

miércoles, 25 de mayo de 2016

"Pasando", de Silencio de Corchea





Como le decía, fue poco después, ya despuntando en la adolescencia, que empecé a “pasar”. La primera vez me asusté mucho, pues pensé que había muerto, y de muy mala muerte. Sucedió mientras la parte de mi mente que hace lo que le da la gana, la que no responde a mi voluntad, se burlaba de mi abuela. Supongo que a todo el mundo le pasa lo mismo: mientras una mitad de la mente se esfuerza en dominarse, la otra mitad se pone a pensar en barbaridades, o cochinadas. Bueno, esa tarde, como a los tres, yo estaba acostada boca abajo en la cama de mi hermano el comeflores, y simplemente no hacía nada, pensando en tonterías, cuando esa parte mala de mi mente empezó a burlarse de mi abuela muerta, en contra de mi voluntad. Y entonces, sucedió. Pensé que ella había venido a buscarme desde el más allá, pues todo se puso negro, y me quedé totalmente paralizada, al tiempo que un sonido atronador, como de aguas bajo una catarata, me ensordecía, y un peso enorme se abatía sobre mi pecho. Tenía la extraña sensación de una presión enorme que no venía de un sentido definido, sino de todas partes a la vez. Yo luchaba desesperadamente por mover un párpado, doblar una rodilla, levantar un dedo, pero era como pretender levantar un edificio. Después de unos minutos de lucha, le pedí a Dios que me acogiera en su seno, segura de que estaba muriendo.

Transcurrió lo que me pareció una eternidad, y la vista volvió a mí, pero ya no estaba en mi cuerpo. Estaba acostada boca abajo, con la espalda contra el techo, flotando sobre mi cuerpo. La sensación fue bastante agradable, excepto por aquello de que me veía a mí misma, allá abajo, y me miraba con un poco de compasión, y hasta desprecio. No me gustaba despreciarme a mí misma, pero no podía evitar que mi ego volador mirara al cuerpo tendido boca arriba y se dijera así mismo: “Mírala allá abajo, qué pendeja”.
Esa primera vez volé poco, sólo hasta la cocina, y sin pasar de la altura del techo. Pero pocos días después aprendí que podía “pasar” voluntariamente, e hice algunos vuelos bellísimos sobre las dos o tres calles más cercanas. Nunca conocí un aire más puro, colores más diáfanos ni un silencio tan perfecto. Todo parecía ser nuevo, recién hecho, y se notaban todos los detalles moleculares: las briznas de hierba, las piedritas, ninguna se escapaba a mi vista, a pesar de que flotaba a unos 30 metros de altura. Y cómo quisiera poder describir, o volver a ver esos colores, tan iguales pero tan distintos a los de este mundo... pero ahora me da demasiado miedo “pasar”.

Al principio, descubrí que ciertas músicas me ayudaban a “pasar”. Con los enormes audífonos de mitad del siglo pasado, oía esas canciones, con los ojos muy cerrados, y empezaba a imaginarme que descendía, suavemente, en una especie de espiral. Poco a poco mi cuerpo iba sintiendo que en verdad bajaba, y entonces venían la parálisis y el ruido de aguas turbulentas. Luego, no necesité ninguna ayuda externa: simplemente me relajaba voluntaria y totalmente, empezando por los dedos de los pies hacia arriba. Antes de llegar al pecho, invariablemente ya había “pasado”.

Pero sucedió varias veces que mi parte voladora no quería volver a mi cuerpo, al cual despreciaba cada día más. Esa renuencia aumentaba de forma artera y paulatina, y muchas veces el compromiso de volver rápidamente se quebrantaba tan pronto empezaba el vuelo. Además, los episodios de parálisis eran cada vez más largos y aterradores, ocurriendo varias veces que no logré ir más allá. Hasta que llegó el día que tuve mucho miedo de no poder regresar si volvía a “pasar”. Desde entonces, vivo aterrada con los ataques involuntarios que me suceden de vez en cuando, en los cuales hasta ahora siempre he logrado salirme antes de que la cosa pase a mayores, haciendo un esfuerzo de voluntad que me deja agotada. El miedo que siento es aún mayor que la primera vez, pues en aquel entonces pensaba que aquello era morir, pero ahora lo sé.

miércoles, 10 de febrero de 2016

El Golem en su guarida.


Cuando el Golem fue desactivado, a la única entrada a su guarida le quitaron los escalones más bajos, para que nadie pudiera asomarse a verlo.

Algo así ha pasado con este blog. El Golem piensa mucho, y poco escribe. Sin embargo siente mucha vergüenza por tener un año sin escribir una sola entrada. Eso es quitar prácticamente todos los escalones.

Esto va a ser remediado muy pronto.