El Golem fue creado por el Maharal de Praga en el Siglo XVI, para defender el Barrio Judío. Cumplió cabalmente su misión, pero se volvió demasiado violento, y hubo que encerrarlo.
En su frente se leía la palabra "emet", o sea, "verdad". Cuenta la leyenda que el rabino borró la "e", quedando la palabra "met", que significa muerto, y que desde entonces yace, en animación suspendida, en el ático de la sinagoga, cuya escalera derruyeron parcialmente para que nadie pudiera subir. Teóricamente, ahí espera que la ciudad de Praga lo necesite.

Pero la leyenda es falsa. Harto de toda esa inactividad, el Golem se mudó a Caracas, donde vive como un cincuentón agridulce, y abrió un blog para compartir sus fotografías y criticarlo todo. Bienvenidos a ese blog.

viernes, 10 de febrero de 2012

Iná Cariná Roté

INÁ CARINÁ ROTÉ


Iná cariná roté: nosotros, los caribes, somos (la única) gente. Así respondían los caribes a quienes preguntaban por sus ancestros. Esta famosa frase, transformada por la fantasía en un grito de guerra, ha sido considerada desde siempre como la mayor declaración de arrogancia que pueda conce­birse. “Los caribes eran el pueblo más arro­gante del mundo y por lo tanto, el más estú­pido. Todo arrogante es estúpido”.

Ese es, más o menos, el raciocinio que se hacen algunas personas al pensar en esa nación tan valiente que prefirió el exterminio a la esclavitud y en quienes se perpetró el genocidio más concienzudo que conozca la historia. Pero claro, según diría cierta dama que conozco, dejarse matar an­tes que aceptar los grillos no es valentía, sino otro síntoma de estupidez. Ella no ha aban­donado la gesta sanguinaria de quienes no vacilaron en usar el arcabuz contra la flecha. Yo, como todo venezolano, desciendo de miem­bros de ambos bandos en esa guerra y de quién sabe qué otras, pero siento un orgullo peregrino al pensar que tal vez algo de esa estupidez caribe que nos valió el titulo de “bra­vo pueblo” corre por mis venas y mora en mis neuronas. Es por eso que quiero, en nombre de esos ancestros de los cuales me enorgullezco, defender el “grito de guerra” que siento como mío.

Primero con la lógica, cosa que es fácil. La mayoría de los pueblos primitivos, y algunos de los más avanzados, cuando tienen un alto grado de identidad como nación, se conside­ran apartados de los otros pueblos al punto de considerarse una especie separada. Basta un ejemplo de cada tipo: Los zulúes van un poco más allá que los caribes, pues ni siquie­ra tienen una palabra para designar a su na­ción y otra que signifique “gente”. Simplemen­te, zulú significa “gente”. El que no es zulú, no es gente. Según tengo entendido, los anti­guos chinos, a quienes nadie podría acusar de primitivos, no tenían una palabra equiva­lente a “extranjero”. Para nombrar a quienes no eran chinos usaban la palabra “bárbaro” o “salvaje”. Además, en nuestra sociedad todavía es perfectamente aceptable hablar de dis­tintas razas. Considerar a nuestros semejan­te como pertenecientes a otra raza, ¿está muy lejos de no considerarlos humanos? Todo estiba en lo mismo: en sentirnos diferentes a los demás, y hasta cierto punto eso no esta mal, pues es esa diferenciación lo que forma las naciones.


Segundo, con la leyenda, que es más inte­resante. La que el común denominador de la gente no sabe es que antes de la llegada de los españoles nuestros mal llamados indios se batían contra enemigos infinitamente más formidables que los que llegaron de ultramar. Eran los espíritus de la naturaleza, que des­aparecieron de su última morada abierta cuando llegó el hombre blanco y, con él, el pecado original. Hoy en día sólo pueden verlos los niños y algunas personas excepciona­les, pero en la América de aquel entonces se dejaban ver libremente, pues los habitantes de estos parajes no habían perdido aún la inocencia. Algunos de esos espíritus eran te­rribles, pero ninguno tanto como Akodumo, el dueño de las aguas. Siendo un espíritu po­deroso, podía tomar la forma que deseara, pero su apariencia usual era, en los ríos, la de una gigantesca anaconda, y en el mar, la de serpiente marina. En el mundo de lo invisible tenía forma humana y talla colosal. Los cari­bes, antes de pescar, pedían permiso a Akodumo, y en caso de recibirlo, no abusa­ban, sino que mataban el número de peces estrictamente indispensable. Cuando el cari­be flechaba un pez al primer intento, no de­bía seguir pescando so pena de molestar a Akodumo, pues él detestaba la codicia. Hoy se diría que era conservacionista.

Igual que los otros espíritus fundamentales, Akodumo necesitaba servidores y criados, y para obte­nerlos usaba dos técnicas distintas con las cuales convertía a los caribes en seres de otra especie: el “asombro” y la “perdición”. Con el asombro, el dueño del agua asustaba al alma del caribe que quería como siervo, de forma tal que esta se separaba del cuerpo y salía corriendo por el monte. El cuerpo del caribe quedaba entonces vacío, y un espíritu acuático tomaba posesión de él. Esto no era tan grave como suena, porque el piache generalmente podía expul­sar al espíritu extraño y llamar al alma asus­tada mediante los cantos rituales llamados “aremi”.

 Es decir, la posesión era sólo tempo­ral. La perdición sí era grave. Ocurría cuando el cuerpo se aferraba al alma en fuga. Enton­ces se iban juntos cuerpo y alma a las casas del agua, donde aceptaban al caribe como uno de la familia, lo alimentaban y le asignaban un cónyuge. No le querían hacer daño, sino que lo querían como siervo, como amigo o, si era mujer, como esposa de uno de los suyos. Mientras el caribe iba camino a las casas del agua se iba transformando, le iban creciendo escamas y sus piernas se unían en una cola. Estas sirenas caribes se llamaban akodunmio, y eran capaces de “perder” a otros caribes. Los machos, además, eran capaces de engen­drar más akodunmio copulando con mujeres que estuvieran menstruando. Por eso para la mujer caribe era tabú meterse al mar cuando tenía la menstruación.
Se cuenta, además, que Akodumo tenía una hija llamada Amana (palabra que también significa “ballena”) que tenía el poder de seducir a los guerreros cari­bes y llevarlos a las casas del agua, pero sin cambiarles de forma. Estos debían, sin em­bargo, guardar el secreto, pues si alguna vez hablaban a alguien de sus aventuras submari­nas, los akodunmio los buscaban y los mata­ban sin piedad.

Para el caribe perdido no había esperanza; pasaba a pertenecer a la nación del agua. Por eso, cuando alguien se daba cuenta de que una persona se estaba perdiendo, llamaba a todos los guerreros, que se lanzaban a perse­guir a su compañero y a flechar y tratar de espantar a los akodunmio que lo escoltaban hacia su refugio submarino. Y ahí es donde yo creo que aparece el grito de guerra: ¡So­mos caribes, somos gente! ¡Recuerda que no somos sirenas! A veces, el perdido reacciona­ba. A veces, tenían que atraparlo y retenerlo amarrado, pero su alma seguía huyendo es­pantada, y debían llevarlo al piache para que le cantara el aremi adecuado. Muchas veces los akodunmio se salían con la suya. El re­greso, ya fuera alegre por haber rescatado al compañero o triste por volver con las manos vacías, siempre era largo y duro, pues la per­secución solía llevarles muy lejos mar aden­tro. Volvían guiando sus grandes canoas de ceiba o de jobo según el rumbo de la Pierna de Pietemu, esas tres estrellas que apuntan hacia el norte y que nosotros llamamos el Cin­to de Orión o las Tres Marías. Pietemu perdió la pierna por arrojar a su suegra como ali­mento para las pirañas, pero esa es otra his­toria.

La que nos ocupa no pasaría de ser un cuen­to interesante si los actuales kariña, al rela­tar las peripecias de sus antepasados, no di­jeran respecto a esta “perdición”: “Así hacían los pañoro (españoles) con los kariña”. Y en realidad así era, les robaban a los suyos para convertirlos en otra especie, pues al esclavizarlos les habrían quitado la esencia de su ser: la libertad.

Iná cariná roté: soy un ser humano, no soy una bestia, no seré tu esclavo. Es el grito de guerra más justo que conozco. 

Este relato apareció originalmente en "Leyendas del Mar Océano", Editorial ÍndigoParís 2002.

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