El Golem fue creado por el Maharal de Praga en el Siglo XVI, para defender el Barrio Judío. Cumplió cabalmente su misión, pero se volvió demasiado violento, y hubo que encerrarlo.
En su frente se leía la palabra "emet", o sea, "verdad". Cuenta la leyenda que el rabino borró la "e", quedando la palabra "met", que significa muerto, y que desde entonces yace, en animación suspendida, en el ático de la sinagoga, cuya escalera derruyeron parcialmente para que nadie pudiera subir. Teóricamente, ahí espera que la ciudad de Praga lo necesite.

Pero la leyenda es falsa. Harto de toda esa inactividad, el Golem se mudó a Caracas, donde vive como un cincuentón agridulce, y abrió un blog para compartir sus fotografías y criticarlo todo. Bienvenidos a ese blog.

jueves, 25 de abril de 2013

El pan crudo y la carne quemada



Me fastidia soberanamente la peregrina costumbre que tenemos los venezolanos de creernos únicos. Cada vez que sale a relucir una de nuestras características menos positivas, o que se habla de las dificultades que sufre todo emigrante, no faltará quien diga: “Es que el venezolano es muy (inserte aquí cualquier virtud o defecto de los latinos en particular, o del género humano en general)”. Sí, nos creemos únicos mientras somos tan parecidos al resto del género humano que las geniales imágenes de soloenvenezuela.com son casi todas colombianas, y nos copiamos los chistes de los argentinos en los cuales se define cómo somos o cómo hablamos. Pero no cesamos de decir que “el venezolano” es esto o aquello, como si se tratara de una raza extraterrestre.

Aquí va una novedad. Mi tendencia personal es llevar la contraria a toda costa, pero en este caso no puedo más, me agoté. El creerse único y original es algo demasiado arraigado en nuestra mente, y no voy a convencer a ningún venezolano de que es un simple ciudadano del mundo, muy parecido al de al lado. Así cansado de nadar contra la corriente, he dedicado algunas de mis ociosas y malgastadas horas a identificar algunos detalles que son, evidentemente no únicos, pero por lo menos característicos de “el venezolano”. Y cómo no, encontré un par.

El venezolano come el pan crudo y la carne quemada.

¡Qué cosa horrible, qué cosa detestable es la típica parrilla venezolana! Invariablemente preparada por alguien que no tiene ni la más remota noción de cómo se fríe un huevo, pero desde su adolescencia se cree que sabe asar carne. Nunca ha preparado otro plato; jamás lo hará. Abriga la rara creencia que sumergiendo la carne en cerveza, y sobre todo regándola de dicha libación durante la cocción,  tiene que quedar buena. Y lo peor es que consigue quienes lo apoyen, pues muchos piensan lo mismo, y para el momento de probar la famosa parrilla ya han consumido tanta birra que les parece excelente que la carne les sepa igual.

Sin embargo, eso no es lo peor. Lo malo es que luego somete a la noble vianda al proceso de Bessemer sobre el fuego, hasta que no le queda ni una gota de jugo. Hasta que tiene la consistencia de una suela. Hasta que tiene el color de la lava fría. En dos platos: hasta que la quema.

Esta es una constante en todo el territorio nacional, de la cual no conozco excepciones. Nadie tan concienzudo como los llaneros con su famosa carne en vara, carbonizada hasta ser irreconocible. Pero hasta en el más cosmopolita de los restoranes de Caracas, si uno desea un filete normal, jugoso y rosado por dentro, hay que pedirlo “muy crudo”, pues “término medio” significa en realidad “más seca que Coro en febrero”. Y además, significa obtener una mirada rara por parte del mesonero, pues está totalmente acostumbrado a que todos sus clientes pidan la carne “bien cocida”, con un tono que deja entrever lo estúpido de la pregunta y lo obvio de la respuesta.

Definitivamente mis orígenes bohemios salen a relucir con el consumo de carne de res, porque no la tolero cuando está quemada.

Y no tengo ni un asomo de explicación acerca del porqué los venezolanos humillamos de esta forma a la carne. ¿Será algo profiláctico, para evitar infestaciones de parásitos? ¿Será que somos vegetarianos de closet, y en el fondo odiamos tanto la idea de comernos a una vaca que tenemos que auto flagelarnos destruyendo su sabor? Nadie lo sabe. Pero aún más curiosa e inexplicable es nuestra relación con el pan francés.

La clase media venezolana tiene un affaire de amor/odio con los que se llamaba baguette en los años sesenta, “bagueta” en los setenta, y pan canilla a partir de los ochenta. Nos encanta. Lo compramos en grandes cantidades a los panaderos portugueses, quienes por generaciones se han hecho ricos a punta de venderle pan francés y pasta italiana a los venezolanos. No podemos vivir sin él; la vida con dieta exclusiva de Holsum y Bimbo sería un tormento. Siempre que sea, en cuanto a su cocción, diametralmente opuesto al que se comen en Francia.

¡Ah, el pan francés! Llevado en bicicleta bajo el sobaco, acompañado de la botella de tinto, en cualquiera de sus presentaciones clichés siempre será, antes que nada, crujiente. Su concha es deliciosamente tostada. Si uno lo come sin cuidado, puede maltratarse el paladar antes de llegar al queso Brie.

Excepto en Venezuela, donde toda ama de casa que se respete le pide al panadero portugués “seis canillas bien blanquitas”. Y se suscitan toda clase de pleitos cuando la hornada se va acabando, y sólo quedan los panes… digamos que menos crudos. Las doñitas pueden llegar a las manos con tal de llevar a su casa el pan francés más blandengue, más harinoso, más crudo posible. O sea, el pan menos francés.

Después de mucho analizarlo a la luz de Derrida y los postmodernistas, creo que el principal culpable del pan crudo es el esnobismo. Claro, al ascender por la escalera social había que renunciar, al menos en parte, a la proletaria arepa, y abrazar con ahínco al infinitamente superior baguette. Pero el subconsciente es algo muy poderoso, y nuestra maravillosa ama de casa, a quien caracterizamos como “el venezolano”, se las arregló para casar ambos alimentos, y ahora come algo que parece un pan francés, pero es blanco como una arepa y sabe a algo indefinido con mucha harina cruda de dudosa procedencia.

Conque ahí lo tienen. El venezolano es único, porque come el pan crudo y la carne quemada. Y lo hace así porque es un snob y un vegetariano de closet que en el fondo siente compasión por la vaca. No se pierda el próximo capítulo, en el cual analizaremos porqué el venezolano es tan gritón y le pone nombres tan raros a sus hijos.

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