“Todos los relatos que Borges compuso en esa época reflejan la indefensión de
un ciego ante las amenazas bárbaras del peronismo. Sin el terror a Perón, los
laberintos y los espejos de Borges perderían una parte sustancial de su
sentido”.
“Pero así eran las cosas en aquella época: todos desconfiaban de todos. Una
asidua pesadilla de las clases medias era la horda de bárbaros que
descendería de la oscuridad para quitarles casas, empleos y ahorros, tal como
Julio Cortázar lo imaginó en su cuento «Casa tomada». Evita, en cambio, veía
la realidad al revés: la afligían los oligarcas y vendepatria que pretendían
aplastar con su bota al pueblo descamisado (ella hablaba así: en sus discursos
tocaba todas las alturas del énfasis) y pedía ayuda a las masas para «sacar a
los traidores de sus guaridas asquerosas»”. Tomás Eloy Martínez, “Santa
Evita”.
Es una idea mía, extraordinariamente impopular, que el pueblo argentino y el
venezolano se parecen todo lo que pueden parecerse dos pueblos.
Hasta ahora, nadie ha estado de acuerdo conmigo. Me citan la gran influencia
de Europa en el uno, y la de los Estados Unidos en el otro. Me hacen callar con
la gran diferencia de extensión y población entre ambos países, sus diversas
composiciones étnicas, y un sinnúmero de otros argumentos, todos razonables
y llenos de razones. Por lo tanto, no voy a tratar de convencer al lector de mi
idea. Dejémosla existir, como una especie de capricho inverosímil, y tengamos
la piedad de seguirme la corriente al respecto.
Porque yo sigo pensando que, aunque sea de una forma divergente, los
venezolanos y los argentinos nos parecemos mucho. Creo que compartimos un
buen número de virtudes y defectos (¿quién es generoso como un argentino?
Un venezolano. ¿Quién es tan engreído como un venezolano? Sólo un
argentino). Leyendo “Santa Evita”, me encontré con este curioso fragmento que
perfectamente podría haber sido escrito a propósito de Caracas:
“Las glándulas de Buenos Aires segregaban muerte (…) Nadie sabía de donde
le brotaban tantos humos a la gente”.
En el párrafo citado al principio acerca de “Casa Tomada”, sustitúyase Evita por
Chávez y se habrá descrito la situación de Venezuela a principios del Siglo XXI.
En materias de economía y política, en la famosa cita de Samuelson "
Están los
países capitalistas, los de la órbita socialista y los del muy heterogéneo Tercer
Mundo; pero eso no es suficiente, porque en realidad son cinco los sistemas:
hay dos países más a tener en cuenta en forma separada; Japón y la
Argentina. ¿Por qué? Porque no calzan en ninguna sistematización. Son tan
peculiares y tan impredecibles que deben ser ubicados aparte". Probablemente
el economista habría incluido a Venezuela junto con Argentina si la primera no
fuese una nación oscura y casi desconocida para la cultura anglosajona, pues
ambos somos los “pobres países ricos” de América. El comentario de Aguinis a
la cita nos dice aún más: “
…pocos saben por qué a Japón le ha ido tan bien y a
Argentina le va tan mal” ¡Parece escrito por un venezolano!
Además, ambas naciones han conocido la paradoja de tener una discreta
prosperidad económica en épocas de intenso descontento popular, y sin
embargo, han sido relativamente felices bajo gobiernos ineficientes mas
populistas, en los cuales el pueblo llano se ha sentido reflejado y comprendido.
Pero entrando en el tema que nos ocupa en este momento, prácticamente no
tenemos noticias de líderes políticos contemporáneos, excepto los
archiconocidos comunistas, que hayan sido embalsamados con la intención de
ser públicamente expuestos… fuera de Venezuela y Argentina. (En el momento
en que escribo existen algunas dudas, pero la intención comunicada
oficialmente es la de exhibir el cadáver de Chávez de forma permanente)
Valga la aclaratoria: para quien escribe, Chávez no fue un líder comunista.
Quiso serlo, sin duda; lo habría sido de haber vivido más tiempo,
probablemente. Pero no se llegó a eso. Cuando estaba empezando a hablar
seriamente de instaurar comunas en el sentido político y social de la palabra,
enfermó y murió.
Por cierto, es interesante mencionar que el primer presidente de Venezuela
que falleció en ejercicio de sus funciones, el también militar Francisco Linares
Alcántara, fue embalsamado por el célebre doctor Gottfried Knoche a su
muerte en 1878. Sin embargo, no tenemos noticias de que su momia haya
sido exhibida.
De lo que no queda duda es que Hugo Chávez fue un líder populista, idolatrado
por parte de su pueblo –sobre todo en los estratos sociales más bajos-, odiado
por otros (la “oligarquía”), y generador de un movimiento, embrionario en esta
etapa, pero con posibilidades de prolongarse poco o mucho en la historia de
Venezuela. Mientras escribo, está embalsamado y siendo exhibido; y se ha
comunicado que dicha exhibición será permanente, con fines que
probablemente respondan tanto al deseo del pueblo como a la necesidad de
perpetuar y fomentar el movimiento en cuestión: el chavismo. Lo cual es una
manera eufemística de decir que su embalsamamiento y posterior exhibición se
vinculan íntimamente con el poder del Estado y su conservación.
Todo lo cual, guardando las distancias, nos recuerda a Evita y al peronismo.
Evidentemente, la veneración recibida por Eva Duarte fue mucho mayor, así
como el impacto de su muerte. Sin querer practicar el arte de la profecía
amateur, nos atrevemos a decir que la historia recordará a Evita mucho
después de que Chávez haya sido olvidado. No creo que Andrew Lloyd
Webber le dedique una ópera. Pero el embalsamamiento del uno no puede
dejar de recordarnos al de la otra, tan parecidos en sus objetivos y en sus fases
iniciales.
La suerte del cadáver embalsamado de Evita fue tan rocambolesca, que
evidentemente mereció un lugar especial en la literatura argentina. En esta
ocasión nos hemos concentrado en la lectura de “Santa Evita”, de Tomás Eloy
Martinez, sin olvidar el cuento “Esa Mujer” de Rodolfo Walsh, entre los cuales
notamos una íntima relación.
“Santa Evita”, en mi criterio, desafía constantemente la clasificación de novela
que le han endosado. El método de narración cambia pertinazmente a lo largo
de la obra, que de pronto nos convence que es una novela histórica, para en el
capítulo siguiente pasar a ser un relato de las confidencias del escritor que
narra el quehacer de su oficio. El libro es, en cierto modo, “Santa Evita” y el
making of de “Santa Evita” en un mismo folio, en un mismo paquete. Y un
largo y juguetón ensayo acerca de los placeres y dolores del arte de escribir.
Indudable el éxito comercial: La Encyclopaedia Britannica, en su entrada para
Tomás Eloy Martínez, nos dice que ha sido traducido a 30 idiomas, y que ha
vendido más de diez millones de copias- un bestseller desde cualquier punto
de vista.
Menos amable que el gran público fue la crítica especializada. Pero eso no
tiene lugar en este breve ensayo.
Lo que nos interesa es el poder que se atribuye al cadáver embalsamado. En
primer lugar, el poder político. Dos grandes bandos se disputan el cuerpo: los
peronistas lo quieren tener, tanto por los motivos morales lógicos como para
usarlo como símbolo. Y los antiperonistas quieren ocultarlo a toda costa,
precisamente porque quieren evitar que la momia sea usada como símbolo-
curioso como las dos facciones opuestas están completamente de acuerdo en
lo escencial: en el cuerpo embalsamado de Eva Perón reside una cuota de
poder político, que ambas reconocen como importante.
Walsh y Martínez, escribiendo en épocas completamente distintas,
naturalmente difieren en el método de la búsqueda de la verdad. Walsh vive la
angustia del momento, y quisiera a toda costa que el innombrado Coronel
revelara la verdad sobre el cadáver de Evita.
Para Martinez, la era de la urgencia ha pasado. El Coronel tiene nombre y
apellido, así como prácticamente todos los actores principales. Sin embargo, la
duda largamente sembrada permanece en la mente del autor. Aparentemente
desea la verdad, pero una especie de neblina nostálgica parece causarle un
cierto apego por los mitos. Y sacamos la impresión, nunca claramente
expresada mas sí presentida, de que le parece adecuado que una vida cuyos
inicios estuvieron signados por cierto misterio acabase de forma aún más
misteriosa, y se prolongase en un mar de fantasías tejidas en torno a la suerte
del cadáver. Un primoroso gusto por la irrealidad:
Lo único que se puede hacer
con la realidad es inventarla de nuevo.
De este modo, la obra de Martínez se nos antoja un palimpsesto, donde
muchas realidades alternativas se sobreponen las unas a las otras, de forma tal
que sólo los hechos fundamentales cobran verdadera importancia- en una
especie de paralelo poético-justiciero con la vida de Evita. Quizás este
paralelismo se hace patente cuando nos habla de los documentos que
examinó, que contenían tres fechas y dos lugares de nacimiento distintos. Pero
el autor menciona de último el acta de matrimonio, en la cual el lector
sospecha, pues no puede saber, que Evita mintió acerca de su edad, su
nombre y su lugar de nacimiento. Pero inmediatamente nos ataca la paradoja:
el matrimonio fue real. Así que todo es falso menos lo fundamental.
Y el hecho fundamental que nos deja la lectura es que el cuerpo embalsamado
de Evita detentaba un gran poder político.
El otro poder que se atribuye a los cadáveres tanto en Venezuela como en
Argentina (con una diferencia fundamental) es de tal naturaleza que resulta un
poco grotesco traerlo a colación. Pero el hecho es que tanto en “Esa mujer”
como en “Santa Evita” se da un peso sustancial a la creencia por parte de
algunos (¿muchos?) de que aquellos que se vieron involucrados con el cuerpo
sufrieron destinos desafortunados. La maldición de Tutankamón:
–La culpa la tuvo Evita –repitió la viuda–. Toda la gente que anduvo con el
cadáver acabó mal.
–No creo en esas cosas –me oí decir.
La viuda se puso de pie y yo sentí que era hora de irme.
–¿No cree? –Su tono había dejado de ser amistoso. –Que Dios lo ampare,
entonces. Si va a contar esa historia, debería tener cuidado. Apenas empiece a
contarla, usted tampoco tendrá salvación.
Se da el curioso caso que un rumor semejante ha recorrido Venezuela, hace
un par de años de forma subterránea, y ahora abiertamente: que todos los que
tuvieron que ver que la exhumación del Libertador en el año 2010 sufrirían una
maldición. Y no deja de ser curioso que varias de las personas que asistieron a
dicho acto perecieron de forma prematura.
Parte del imaginario colectivo consigue ahí la respuesta a la partida del ahora
embalsamado mandatario: sufrió la terrible maldición por haber estado en
contacto con el cadáver que detentaba el poder. Como les pasó a los que se
metieron con el cuerpo de Evita.
Como se dice arriba, encuentro un poco grotesco tocar este tema. Sin
embargo, lo hago como una especie de homenaje a Tomás Eloy Martínez,
quien me ha hecho pasar muy buenos ratos con su escritura. Él pone en boca
del escéptico coronel Moori Koenig:
«El rumor, estaba diciendo, es la precaución que
toman los hechos antes de convertirse en verdad.. »
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